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Datos botánicos y propiedades:
– Triticum durum, comúnmente llamado trigo duro, es una especie común del cereal trigo, conocido también como trigo candeal, moruno, siciliano, semolero o fanfarrón. Pertenece a los tetraploides debido a su conformación por 28 cromosomas. Es una de las especies de trigo con más alto valor nutritivo, tiene un alto contenido de gluten y está conformado de un 12 a 14% de proteína. Es una especie muy resistente a la sequía y a las enfermedades, aunque rinde menos en los cultivos que otras especies de trigo.
– La sémola de trigo duro es un alimento bajo en colesterol, de modo que su consumo ayuda a cuidar el sistema cardiovascular y beneficia la circulación. Este alimento no presenta purinas por lo que lo pueden consumir sin ningún tipo de problema aquellas personas que tengan un nivel alto de ácido úrico.
– Debemos destacar entre los beneficios y propiedades de la sémola de trigo su gran aporte de proteínas.
– Al ser rica en hidratos de carbono es una importante fuente de energía inmediata.
– Su bajo contenido en sodio lo convierten en un alimento muy beneficioso para personas con problemas de hipertensión o de colesterol alto.
– El alto contenido en vitamina K hace de la sémola de trigo un alimento beneficioso para una buena coagulación de la sangre.
– Es muy beneficioso para el metabolismo de los huesos.
– Su gran aporte energético lo convierten en un alimento ideal para deportistas.
– Refuerza el sistema inmunológico.
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Datos históricos y de interés gastronómico
Las gramíneas que pueden suministrar harina se llaman cereales, en honor a Ceres, la antigua divinidad Romana de las mieses. Si los romanos veneraban a la antigua diosa de las mieses, para los antiguos egipcios el trigo era sagrado. También en la antigua Grecia, Deméter «Señora de la tierra cultivada», «la que domina la vegetación», «Madre Cebada», desempeñaba un papel importantísimo.
Los cereales constituyen la fuente de nutrientes más importante de la humanidad. Históricamente están asociados al origen de la civilización y cultura de todos los pueblos. El hombre pudo pasar de nómada a sedentario cuando aprendió a cultivar los cereales y obtener de ellos una parte importante de su sustento.
En la alimentación moderna, especialmente en los países ricos, se considera que los cereales no están «de moda», sin embargo, todavía hoy constituyen a escala mundial el principal recurso alimentario del hombre. La avena, la cebada, el centeno, el mijo y el farro se consumen muy poco o nada; solamente el arroz, el trigo y el maíz parece que han logrado mantener el interés por parte de los consumidores, a pesar de que se ha ido reduciendo su consumo en relación con el pasado y de que se los prefiera en su forma «empobrecida», es decir, excesivamente refinados.
Sin embargo, nuestros valiosos cereales están disponibles para el consumo en su forma integral, de varias maneras, en todas las comidas y en todas las estaciones. Son alimentos versátiles, se pueden consumir en forma de granos, germen, copos y harina. Solo requieren conocerlos un poco. En efecto, en los últimos años -con la difusión del interés por una alimentación natural o vegetariana, y de la revisión, incluso en el campo médico y científico, de algunas de algunas convicciones que en los últimos decenios habían provocado el aumento de los productos de origen animal o refinados- se ha abierto la senda a una tendencia que ha restituido el prestigio a los cereales. Su redescubrimiento se ha producido al mismo tiempo que se ha revaluado la alimentación menos adulterada, prestando una mayor atención a los alimentos que se consumen en su forma integral.
Los cereales han sido una fuente fundamental de la alimentación humana en todas o casi todas las latitudes. Es un hecho que los antiguos pastores latinos cenaban casi siempre «plus», una harina de farro, cebada y alforjón acompañada con verduras, aceitunas, cebolla, ajo y queso. También la cebada se utilizaba con bastante frecuencia, mientras que los antiguos habitantes de Campania, los sármatas (originarios de Caucasia y Ucrania) y los etíopes preferían los sustanciosos bizcochos de mijo, y el panizo por su parte encontraba asiduos consumidores en la Galia, en la región padana y en el Ponto de Italia. Eso sin tener en cuenta que hace ya unos ocho mil años, el hombre, junto con el descubrimiento del cultivo de las plantas -y de los cereales, en particular- había hallado el modo de cocinar una harina que consistía en un puñado de semillas desmenuzadas, a la que convertía en una pasta añadiéndoles agua y luego cocía a fuego lento.
Los cereales, decididamente se merecen el puesto que ocupan en la alimentación humana y aquellos que hoy conocemos son el fruto de una paciente selección que el hombre ha ido realizando a lo largo del tiempo.
Composición de los cereales (contenido en 100 gramos grano crudo):
– Arroz: 350 calorías; 7,8 proteínas; 1,4 grasas y 77 hidratos de carbono.
– Trigo: 347 calorías; 10,6 proteínas; 1,3 grasas y 79,5 hidratos de carbono.
– Maíz: 364 calorías; 9,6 proteínas; 3,5 grasas y 73,9 hidratos de carbono.
– Avena: 384 calorías; 14,3 proteínas; 7,7 grasas y 65,2 hidratos de carbono.
– Centeno: 341 calorías; 8,2 proteínas; 1,6 grasas y 75 hidratos de carbono.
– Cebada: 355 calorías; 8,6 proteínas; 1,4 grasas y 78,2 hidratos de carbono.
En su forma integral, sin refinar, los cereales pueden presumir de una composición discretamente equilibrada en proteínas, azúcares, grasas, y sales minerales, si bien se caracterizan principalmente por la presencia notable de almidón, un azúcar complejo que puede llegar a constituir hasta casi el 80% del peso de un grano de arroz. Contiene además varias vitaminas, entre las cuales se encuentran las del grupo B y la PP. Desgraciadamente, no obstante, una intención de perfeccionamiento malentendido, típica de nuestra civilización, en menos de un siglo ha cambiado la potencialidad inherente a estos alimentos. Se ha difundido cada vez más el hábito de refinar.
Con la introducción de las máquinas con muelas de acero se ha pasado a la producción en escala creciente de harina blanca. La fibra cruda (celulosa, hemicelulosa, lignina) en la que los cereales sin refinar son ricos, desapareció súbitamente de la mesa, donde antes no faltaba gracias a que no existían técnicas de refinado avanzadas. Los cereales y harina refinados, ricos en valores calóricos, son pobres en muchos elementos importantes que constituían su patrimonio original y que estando contenidos en las capas externas del grano o de la semilla han sido eliminados con el refinado. La fibra cruda o salvado, por ejemplo, a pesar de que no es digerible por nuestro organismo, tiene la capacidad de desempeñar funciones importantísimas. Permite, en primer lugar, aumentar el volumen de las heces, y con su acción ligeramente laxante, favorece el tránsito intestinal con ventajas notables: ayuda a resolver problemas de estreñimiento, limita el contacto de la masa fecal con las paredes del intestino, reduce el estancamiento de la masa fecal, impidiendo la fermentación que incrementa la posibilidad de producir inflamación, contribuye a la eliminación de colesterol, etc.
Los alimentos integrales -y los cereales en primer lugar- que se caracterizan por conservar casi todos sus componentes, son por sí mismos alimento equilibrados, sin excesos. Permiten una alimentación rica en principios bionutritivos (enzimas, oligoelementos, vitaminas, aminoácidos esenciales, etc.) que solamente se hallan en los productos naturales, sin refinar «vivos» (es decir, que mantienen la potencialidad de originar una nueva vida). Los alimento refinados, por el contrario, son alimentos sin vitalidad, «muertos» (es decir, privados, en el caso de los cereales, de la capacidad de transmitir la vida), aparte de que normalmente son tratados con variados productos de síntesis química, ya sea durante el cultivo, la conservación o la transformación.
Para que los cereales, como en el caso de otros productos de cultivo, ofrezcan su mejor calidad, es indispensable que se obtengan de manera que no contengan residuos tóxicos. La agricultura moderna ha introducido en los cultivos el uso exagerado de fertilizantes y pesticidas de síntesis química. Por tanto deben provenir de tierras cultivadas con métodos naturales, biológicos o biodinámicos.
Los alimentos integrales que no hayan sido obtenidos de manera biológica son un verdadero contrasentido. Los cereales que provienen de cultivos en los cuales no se practican métodos biológicos, y especialmente cuando se ofrecen como productos integrales, al final no son más que un concentrado de sustancias peligrosas, que además se encuentran en gran medida en las partes externas del grano, y por tanto sobre nuestra mesa. Por ello es muy oportuno dirigirse directamente a los productores o a la ya amplia red comercial de estos productos, que tiene capacidad para informar acerca de la procedencia de los productos ofertados y del tipo de cultivo.
Ciertas pastas alimenticias que se encuentran en la estantería del supermercado, por ejemplo, y también en la farmacia, no parecen ofrecer hasta el momento garantías suficientes de seguridad desde este punto de vista. Frecuentemente se aprovechan de la «sacrosanta» demanda de productos cultivados con métodos naturales para realizar operaciones de verdadera piratería que generan confusión en el consumidor.
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